Everyldo Gonzalez

Por: Everildo Gonzalez Alvarez

La rehabilitación continuó en los dos lugares, y me propuse que estando en la barra de ejercicios podría llegar a pararme, dos días hice el intento y nada, el tercer día un poco logré levantarme de la silla, era un buen indicativo aunque fue momentáneo, los siguientes días no hice el intento para no forzarme, ya había aprendido y me había hecho a la idea de que todo era lento, despacio, sin prisa.

 

La siguiente semana, nuevamente hice el intento de pararme sin lograrlo, no me desanimé y los siguientes días lo volví a intentar. Con los ejercicios de en la tarde me sentía fortalecido, me estaban ayudando mucho.

 

Un buen día llegué a rehabilitación en Neurología y Neurocirugía, me sentía bien, mi mente me decía que insistiera, que lo lograría, ese fue el día, el día en que con las piernas temblorosas y, después de varios intentos, me puse de pie bien detenido de las barras, me aplaudieron y comprendí en ese momento que volvería a caminar. La terapista me felicitó y la doctora se molestó pues argumentó que me podría caer y fracturar. El sudor me escurría por el esfuerzo hecho, estaba feliz a pesar del cansancio, muchos meses habían pasado desde el inicio de la enfermedad. Los dolores en manos, piernas y pies continuaban y eso era, como lo siguió y lo sigue, tomar pastillas y más pastillas. Ese día me fui a la casa contento---dice el amigo Luis---


Unos días después y cuando por varios días me estuve parando detenido de la barra, tanta temblorina de las piernas fue siendo menos, le dije a mi hermana que me comprara una andadera, no, me dijo, es riesgoso, te puedes caer y fracturarte, cómprame la andadera le insistí.

Un día llegué a Neurología y antes de hacer los ejercicios le dije a Hilda que trajera la andadera, me paré agarrado de esa andadera, la terapista dijo déjenlo y yo, ya parado y con la piernas que sentía se doblarían, caminé unos cuatro pasos dejando el piso lleno del sudor que me escurría por el esfuerzo y, dejando a todos asombrados e incrédulos, me aplaudieron. Era un buen inicio.

 

Ese sudor, consecuencia del esfuerzo me envejeció, pero eso es secundario, lo importante fue haberlo logrado.
Mi mamá y demás familiares estaban contentos, la noticia era buena, la mejor en varios meses. En el departamento caminaba con la andadera, siempre vigilado por alguien, cuidándome de que no me fuera a caer


Recuerdo que me trajeron a Zamora cuando ya usaba andadera y férulas que iban de los pies a la rodilla, claro que todo maltrecho, delgado, acabado, con crisis nerviosa de vez en cuando---me llegaban cuando pensaba en el futuro, en el trabajo---, pero con la mente puesta en la siguiente etapa: caminar con muletas.


En algunas ocasiones quería visitar mi tierra, Chavinda y mi segunda tierra: Patamban ese terruño de recuerdos como cuando iba a volar papalotes, cuando iba con mi abuelito Socorro con un chundecito en la espalda a las milpas---La Cuesta y Huirambóndiro---cuando se trataba de desgranar las mazorcas allá en el tapanco, cuando quieto me quedaba escuchando la música que tocaban en el altavoz, las Jilguerillas---tal vez por eso me gusta escucharlas--- era de lo que más se escuchaba y al dueto Río Bravo y a más, de aquellos nacimientos que hacía mi tío Gonzalo y de muchas cosas más, ese es Patamban mi tierra de la que ya escribí líneas arriba.


Bueno, volviendo, un buen día le dije a Hilda que me comprara unas muletas, nada objetó y fue así como un día llegué a Neurología caminando apoyando por la andadera. Hilda llevó las muletas y la terapista estuvo de acuerdo, solamente me dijo que no era fácil, que tenía que aprender a usarlas muy bien.


Para entonces, solicité reintegrarme a mis funciones en el Instituto en la UNAM, el director aceptó a condición de que estuviera como mi auxiliar la persona que me había suplido. Eso lo acepté pues Silvia Herrerías era una persona que había llevado a trabajar a ahí, era muy eficiente.

 

Ya caminando, las idas a rehabilitación las disminuí y cancelé las de en la tarde. Agradecí a la Srita Osbelia, por ella pude caminar. Siempre mi agradecimiento, la recuerdo con afecto.

 

Pasó el tiempo, pero ya no podía estar en el trabajo, las oficinas de los investigadores estaban en los pisos de arriba y no podía subir, un problema fue la firma pues no podía agarrar la pluma, la firma no me salía, algunos años no la pude hacer y no podía llevar a cabo los recorridos que antes hacía por las instalaciones, ya mis pensamientos eran regresarme a Zamora porque además seguido me caía y ya no rendía en el trabajo. Esto mas que Vickyta estaba mal de la garganta, me hicieron pensar en regresar a Zamora.

 

Estando en Zamora en un período vacacional, me encontré a un amigo de la secundaria a quien le platiqué mi situación, me dijo que me viniera y me entraría a trabajar en donde él era Director Administrativo, acepté y quedamos en una fecha.
Ya para entonces había dejado las muletas y compramos un bastón---se lo robaron en la mudanza----, ya mis piernas estaban fuertes y me sostenían bien.


En México platiqué con el director del Instituto quien me dijo que me esperara un mes y así lo hice. En tanto vendí el departamento y nos preparamos para el regreso, llegaríamos a la casa que está a mi nombre pero que se la regalé a mis papás y ahora a mis hermanos.

Fue así como un buen día llegamos a esta la chonguera y fresera Zamora, con la novedad de que mi amigo ya no estaba como director, había renunciado unos días antes, era Septiembre de 1988.

En Zamora dejé el bastón y las férulas y caminé sin nada, claro que mi forma de ir caminando semejaba la de un borrachito de esos que parece que caen y no caen por lo que no faltó quien me gritara pin…borracho tan temprano y ya no puedes caminar.


Empezaba una nueva vida, sin trabajo y con continuas caídas que dejaron cicatrices, pero lo había logrado, estaba caminando. Los dolores? Esos siguen, no me abandonan. ¿Qué fue lo que me enfermó? Nunca se supo, el expediente quedó abierto. Luis termina su relato………


FIN

 

 

 

 

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