Por: Everildo Gonzalez Alvarez
Después de varias pláticas con el buen amigo Luis, mucha insistencia para que contara y quisiera se publicara su historia, esa que lo dejó con vida, pero con secuelas para toda la vida. Es casado con tres hermosas hijas, en ese entonces niñas, con un buen futuro por delante y teniendo un puesto de los más altos en la Universidad Nacional Autónoma de México---UNAM---Es de poco hablar y mucho hacer, un buen amigo que ahora tiene muchos conocidos. Vamos a conocer su historia.
Era el primer lunes de Septiembre de 1984----inicia su relato---, con Celia y mis tres hermosas hijas habíamos llegado a la Ciudad de México después de unas vacaciones en Zamora, vivíamos en la calle Yácatas, un departamento chico, pero que estando las tres hijas chicas, era suficiente, el baño tenía tina. De lunes a viernes llevaba a Rosita, a mi inquieta e inteligente Pirruña al colegio, al Instituto Miguel Ángel, entraba a las 8 de la mañana, a la entrada se quedaba con mi hermana Hilda y yo me iba a la UNAM, estaba como Secretario Administrativo en un instituto del área de la Investigación Científica.
Antes del desayuno, me entré a bañar y al alzar el pie para entrar a la tina, la pierna no respondió, lo volví a intentar y no tuve problema, no le di importancia a eso y después de desayunar, nos subimos al carro y emprendimos la ida al Colegio. En un momento dado tomaba la Calzada de Tlalpan y me iba un buen trayecto por el carril de alta velocidad, dejaba esa avenida y ya por unas calles llegaba al Instituto Miguel Ángel---lo visitó el Papa Juan Pablo II, en una de sus visitas . Era tan inquieta mi Pirruña, que para que se fuera quieta, nos íbamos cantando, o bien ella declamaba, algo teníamos que hacer para que se fuera quieta
Todo iba bien ese día lunes, hasta que de pronto sentí como un desmayo, como que tenía alta fiebre, fue momentáneo y como pude reaccioné, toda mi atención estaba en que nada nos pasara por Rosita, sentía que perdía el conocimiento, como pude me cambié a un carril y al otro y también como pude me orillé y me estacioné---tuve suerte de encontrar un lugar, dice Luis---, ya para ese momento me sentí bien, como si nada hubiera pasado, me quedé unos pocos minutos tratando de explicarme qué me había pasado. Rosita me preguntaba qué pasaba, no recuerdo qué le contesté. Seguí manejando , pero, por precaución, ya no seguí por Tlalpan, no recuerdo por dónde me fui, una cuadra antes de llegar al Instituto Miguel Ángel donde estudiaba, nuevamente sentí que perdía el conocimiento y como si tuviera mucha fiebre, no pude continuar, me sentía morir, pero tenía que vivir por Rosita y Celia, mi Potranquita y la Picosita, Casi para desvanecerme le dije que ahora se tenía que ir caminando, que yo no iría, sí papi—me dijo—pasando la calle volteas y me saludas, y no platiques con nadie, te fijas bien al atravesar la calle que no vayan carros----ella sabía y siempre volteaba a los lados en las esquinas-----, cuando llegues a la entrada me saludas y ya cuando veas a tu tía Hilda volteas y nuevamente me saludas. Muy bien que siguió todas las instrucciones, en el último saludo, fue un alivio que mi pirruñita hubiera llegado, en esos momentos consideré que había llegado mi fin,, me sentía muy mal, recuerdo que bajé el vidrio y me quedé dormido, no aguanté más.
Pasaban de las 11 de la mañana cuando desperté, nada me dolía, me sentía como si nada hubiera pasado y fue entonces cuando reaccioné sobre lo sucedido, lamenté no haberle enviado decir a mi hermana Hilda que me sentía mal, luego consideré que fue lo mejor pues hubiera alarmado a mi hija. Muy bien que me sentía y pensé que a lo mejor era debilidad, me bajé del carro, caminé un poco para ver si me pasaba algo, nada, todo bien. Luego dirigí mis pasos hacia un mercado sobre ruedas y ahí compré un durazno y una manzana que de inmediato me los comí. Todo esto ya luego a nadie le conté, nadie sabe lo que me pasó ni el riesgo que Rosita y yo pasamos----a la fecha nadie lo sabe---- y nunca he comprendido cómo logré orillarme en la Calzada de Tlalpan, con trabajos veía y no podía manejar y sentía que me desvanecía. Después de comer me subí al carro y me fui a la UNAM, llegué y ya estaban preocupados, nada sabían de mí, no recuerdo qué excusa di y me fui a la oficina Avisé a mi esposa que ya estaba en la oficina, no recuerdo qué le dije y me puse a firmar cheques y revisar la documentación llegada.
Durante una media hora estuve bien, atendí lo que urgía, cuando de pronto me empezó un intenso dolor debajo de la cintura, del lado derecho, era tan fuerte que sentí que me desmayaba, la secretaria se alarmó y mandé llamar al chofer, al señor Rogelio, no tardó en llegar y como pude caminé al estacionamiento y nos fuimos al Centro de Salud de la UNAM, ya para cuando llegamos no había dolor, de todas maneras me revisaron y me dijeron que posiblemente fueran cálculos renales. Me mandaron hacer estudios y regresé al Instituto como si nada hubiera pasado, ya nada me pasó y me sentía bien.
Por las cosas que me estaban pasando ya para ir a la casa a comer no quise manejar y me llevó el chofer. A mi espo0sa ya no recuerdo que le dije de lo que me había pasado y Rosita nada dijo, estaba chica parea comprender En la tarde ya no regresé a trabajar y encargué al señor Rogelio que al otro día fuera por Rosita y por mí. Comí y todo estaba bien, nada me volvió a pasar ese día.
Al otro día llegó el chofer y fuimos a dejar a mi hija al Instituto y luego a los análisis. No recuerdo qué tipo de estudios me hicieron, el caso es que el resultado fue que nada tenía, no había cálculos renales, nada malo había por lo que más tranquilo me fui al trabajo. Esa mañana todo estuvo bien, ni una molestia ni nada. Nuevamente el chofer me llevó a la casa, comimos y me regresó al trabajo. Iba caminando por el pasillo del estacionamiento cuando mi pie no dio el paso, mis piernas y pies no obedecían, pude caminar, pero ahora era lento.
En la oficina atendí algunos asuntos, sin embargo, mis manos me fallaban, se me dificultaba agarrar las hojas o lo que fuera, poco hice y luego le pedí al señor Rogelio me llevara a la casa.
La noche la pasé bien, pero al otro día, el caminar se me dificultaba más y empecé a sentir ligeras molestias en las manos, en las piernas y los pies. En la tarde, las molestias ya eran dolores me llevaron con un Neurólogo quien me diagnosticó una polineuritis---podía ser viral o tóxica--- .En la noche tuve dificultad para sentarme y luego pararme y al siguiente día en la mañana, se me dificultó levantarme de la cama y ya con muchos problemas pude entrar a la tina a bañarme, ya por la tarde no pude caminar, las piernas se me doblaban y me empezaron a dar intensos dolores en las palmas de las manos, en las piernas y en los pies.
Al siguiente día me llevaron al ISSSTE, me atendieron, pero solamente me dieron pastillas para el dolor, medicina que para nada me hizo bien. Fue la única vez que me llevaron a esa institución, la vida estaba de por medio. Los dolores eran intensos y me empezaron a inyectar una droga llamada morfina que lo malo de esa es que con el transcurrir de los días, su efecto disminuía y requería de más cantidad.
Las horas pasaban y cada vez, me sentía más mal, las inyecciones solo eran para el dolor, no para remediar el mal y ese mal avanzaba.
A la familia---continúa Luis--- le recomendaron llevarme al Instituto de Neurología y Neurocirugía, ya para entonces, las decisiones no las tomaba yo sino la familia. Así lo hicieron y un día llegué a urgencias y me hospitalizaron, ahí estuve 17 días, tres de los que nada recuerdo, después me dijeron que había ido a visitarme mi tía Clarita, la hermana menor de mi papá, que mi tío Gonzalo, hermano de mi mamá, Lucina y Tino---mucho me quisieron y los recuerdo con cariño--- y, me imagino, que más amigos y familiares. Nada recuerdo, pero algo más, muchas cosas se me olvidaron como el saber por dónde me iba a llevar a Rosita al colegio, por dónde quedaban algunas calles. Algo me paso en esos terribles días.
Continuará
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